D.W.- Las comunidades originarias de en América Latina tienen un menor acceso a internet que el resto de la población. Sin embargo, la web también se ha convertido en una oportunidad para el empoderamiento de estos pueblos.
Mientras parte del mundo debate sobre las implicaciones de la llegada del 5G, y sobre si permitir o no a Huawei hacerse cargo de tal proyecto es abrir la puerta a la injerencia china, en una comunidad indígena de la Amazonía peruana una joven busca el rincón exacto del pueblo en el que su teléfono generará una barrita que le permitirá mandar un mensaje de WhatsApp. Aquí el debate sobre si cambiar WhatsApp por Signal o Telegram suena superfluo, aunque probablemente no lo sea.
Según la Cepal, el 66,7% de los latinoamericanos tienen acceso a internet. Pero el caso de las comunidades indígenas, que en muchos casos habitan lejos de los grandes centros urbanos, es a menudo bien diferente. A falta de estudios más ambiciosos de esta realidad, se estima que los pueblos indígenas de América Latina tienen menos de la mitad del acceso a celulares que sus pares no indígenas. En Bolivia, por ejemplo, el acceso a internet es cuatro veces menor para los indígenas que para el resto de la población.
“¿De quién es la responsabilidad?”, se pregunta Eddie Ávila, de la organización Rising Voices. En entrevista con DW, este activista boliviano subraya que “si el acceso a internet es un derecho humano, el responsable sí es el Gobierno, que debería dar más pasos para conectar a la población”.
En un mundo cada vez más conectado, el acceso a internet (o su falta) es un vector de desigualdad. La pandemia de coronavirus ha obligado al planeta a migrar a la dimensión digital y puesto de relevancia el privilegio que supone tener una conexión estable al alcance de la mano.
Desde Colombia, la periodista y activista Nathaly Espitia subraya que “las comunidades indígenas están bastante desconectadas”. No se trata solo de la conexión a internet, sino que muy a menudo falta también la señal del celular.
“También pasa que, cuando se pueden conectar, solo pueden hacerlo a través de lo que ofrecen los proveedores [las grandes empresas de telefonía móvil], y muchos de ellos solo ofrecen paquetes para conectarse a través de Facebook o WhatsApp”, continúa Espitia. Eso genera, en su opinión, una dependencia comunicativa de estas empresas tecnológicas, ya que “aunque no tengan conexión pueden mandar mensajes por WhatsApp, pero no por Signal o Telegram, por ejemplo”.
Ambos entrevistados coinciden en que esta realidad tiene graves efectos sociales, particularmente en el ámbito educativo. En los últimos años, el acceso a la educación primaria para los niños indígenas en América Latina ha mejorado; sin embargo, Unicef señala que el 30% de los adolescentes de estas comunidades sigue sin estar escolarizado. La ausencia en las comunidades no ya solo de equipos, sino también de conexiones estables, complica aún más este panorama.
Espitia critica el desinterés histórico de los Ejecutivos colombianos en las áreas rurales y afirma: “al Gobierno le interesa que las comunidades más oprimidas estén desconectadas”.
Una oportunidad
Desde Bolivia, Ávila sostiene no obstante que, pese a la responsabilidad de las administraciones públicas, es importante que los pueblos indígenas en América Latinas no dependan exclusivamente del Gobierno y de las empresas. En los últimos años, cuenta, “cada vez hemos visto más casos de comunidades que instalan sus propias redes comunitarias porque no quieren esperar que otros grupos pongan internet o telefonía celular en su pueblo”. Esta posibilidad, además, ofrece a su juicio una vía de emancipación de los paquetes de datos que en la práctica les obligan a comunicarse a través de aplicaciones como
Facebook o Whatsapp
De hecho, pese al desafío de la falta de acceso a internet de una parte muy importante de la población indígena de América Latina, la web se ha convertido en terreno fértil para el desarrollo cultural y el empoderamiento informativo de las comunidades. “Muchos pueblo indígenas están aprovechando internet para promocionar sus lenguas en línea”, asegura Ávila. Un ejemplo es la lengua aymara, cuya presencia en grupos de Facebook y blogs ha crecido exponencialmente en los últimos años.
Ávila subraya que internet no solo ofrece a los pueblos indígenas un soporte vital para sus lenguas y culturas. También permite a las comunidades indígenas “contar sus historias, contar lo que está pasando en sus territorios”, ya sea a través de portales propios o conectando con el resto de usuarios de la red.
Ambos entrevistados se ocupan de trabajar con comunidades indígenas de sus respectivos países en el ámbito de la seguridad digital, que para un indígena amazónico tiene un significado algo distinto que para un usuario de la gran ciudad.
“En Colombia, por ejemplo, donde los líderes indígenas son amenazados y asesinados, están utilizando la web cada vez más para alzar su voz”, explica Ávila. “Nosotros les enseñamos cómo protegerse mejor en internet”. Pero no se trata, como se podría pensar, “de llevar allá las guías o manuales de seguridad digital que se puedan utilizar en Occidente, sino de abordar la seguridad digital desde sus realidades”.
La colombiana Espitia critica que muchas veces, incluso cuando se piensa en estas comunidades, se hace desde un punto de vista que no tiene en cuenta su realidad: “Se están produciendo más contenidos en lenguas indígenas, pero que en realidad responden mucho a las culturas, las visiones, a las formas de los blancos mestizos”. Y sugiere, por ejemplo, que los contenidos en video, una de las grandes tendencias actuales en materia de información, educación y entretenimiento digitales, son a menudo difíciles de reproducir en lugares con mala conexión, por lo que es mucho más útil para las comunidades nativas trabajar con productos radiofónicos.