BOLIVIA, Jul 03, (FILAC) – En la comunidad de San Juancito, ubicada en el municipio chiquitano de San Ignacio de Velasco, Santa Cruz, Bolivia, se ha observado un notorio avance de la frontera agrícola, el cual ha producido efectos devastadores en el territorio. Concretamente, se ha deforestado un 20 por ciento de la superficie, lo que ha tenido graves repercusiones en la fauna, las fuentes de agua y, en consecuencia, en la salud de sus habitantes.
La degradación del medio ambiente ha causado la pérdida del hábitat de numerosas especies de aves y otros animales propios del bosque. Asimismo, la deforestación ha repercutido en la disminución de las fuentes de agua, dando lugar a sequías extremas y, lamentablemente, a frecuentes incendios forestales.
Otro grave problema derivado de la expansión de la frontera agrícola es el uso excesivo de agroquímicos en los campos de producción. Estos productos, además de ser altamente contaminantes, han afectado gravemente la salud de las personas. Además, debido a la preferencia por trabajar con grandes empresas agrícolas en lugar de producir los productos tradicionales de la región, se está perdiendo gradualmente la riqueza de diversas tradiciones locales.
En respuesta a esta situación, un grupo de jóvenes y mujeres tomo una decisión valiente y se propusieron liderar un proyecto para contrarrestar los efectos negativos. Su iniciativa se centra en la creación de un vivero destinado a la producción y reproducción de plantines de especies forestales, frutales y medicinales de la región que corren el riesgo de desaparecer.
Esta iniciativa está siendo implementada por la comunidad de San Juancito, con el apoyo de la asociación de grupos mancomunados de trabajo y la facultad integral Chiquitana, forma parte del Curso: “Fortalecimiento de capacidades para la Defensa Territorial y Gestión Ambiental Sostenible para Jóvenes Indígenas de la Amazonía”, enmarcado en el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe (FILAC), en colaboración con Conservación Internacional (CI), el gobierno de Francia, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA).
Un bosque que se resiste a morir
La Chiquitania, para los Pueblos Indígenas chiquitano y ayoreo, es un espacio de vida ancestral de gran importancia. Actualmente, la población chiquitana consta de 145,653 personas, distribuidas en aproximadamente 900 comunidades que se extienden por toda la región. Según el Censo de Población y Vivienda de 2012, este pueblo es el más numeroso en las tierras bajas de Bolivia.
La economía chiquitana se basa en una combinación de actividades que incluyen la agricultura de subsistencia mediante la técnica de roza y quema, ganadería en pequeña escala, caza, pesca, y otras que buscan generar recursos económicos como la venta de fuerza de trabajo, la administración comunal de Planes de Manejo Forestal, y el aprovechamiento de productos del bosque y sistemas agroforestales.
De acuerdo con el informe presentado por la Fundación para la Conservación del Bosque Seco Chiquitano (FCBC), redactado por Oswaldo Maillard y Marcio Flores, es imperativo tomar urgentes medidas para abordar la pérdida de cobertura boscosa en 27 municipios durante el año 2020. Se encuentra entre los municipios más afectados por esta problemática, especialmente en San Ignacio de Velasco y Concepción, cuya situación es particularmente alarmante al registrar 50,586 y 21,831 hectáreas desmontadas, respectivamente. Urge tomar acciones inmediatas para revertir esta preocupante tendencia.
Vivero de San Juancito: Sembrando futuro y tradición
En la comunidad indígena de San Juancito, una iniciativa pionera está floreciendo, liderada por juventudes y mujeres decididas a preservar y conservar la Chiquitania. No se trata solo de plantar árboles, es una misión que entrelaza la reforestación con la recuperación de prácticas ancestrales.
Elisa Barequí Tapeo, responsable de esta iniciativa explica que “A través de la producción y reproducción de plantines de especies forestales, frutales y medicinales en riesgo de desaparición, buscamos no solo disminuir los niveles de deforestación, sino también reforestar áreas afectadas por chaqueos y el aprovechamiento no controlado. Además, recuperamos las prácticas tradicionales de la región”.
El vivero, con un espacio de 200 metros cuadrados, ha sido diseñado para producir aproximadamente 6,000 plantines. La creación del vivero comunitario implica varias etapas, desde la socialización del proyecto y la formación del grupo de trabajo, hasta el diseño y construcción del vivero, la compra de equipos y la capacitación en el manejo de viveros y sistemas agroforestales.
“Comenzamos con la socialización del proyecto, inicialmente, 20 personas se interesaron en participar, aunque 4 de ellas tuvieron que retirarse por motivos de trabajo. Además, formamos una mesa directiva que coordina todas las actividades y organizamos cursos de capacitación esenciales para el manejo de viveros y sistemas agroforestales”, señaló Elisa.
La construcción del vivero no fue una labor sencilla; se llevaron a cabo mingas para limpiar y preparar el terreno apropiadamente. Se determinó que el área destinada para la construcción del vivero debía ser rigurosamente despejada, con medidas de 10 metros de ancho por 20 metros de largo, lo que representa una superficie total de 200 metros cuadrados. Este vivero tiene la capacidad de producir cerca de 6,000 plantines, dependiendo del tamaño de las bolsas en las que se siembren.
Elisa comenta respecto a los trabajos de la limpieza de las parcelas donde iba a implementar el sistema agroforestal. “Un día estábamos limpiando la maleza que estaba creciendo y no nos percatamos que había un peto, aquí le llamamos peto a las abejas que se encuentran en el bosque y alguien por error toco eso y salimos disparando toditos”.
Durante la etapa inicial de la iniciativa, se establecieron de manera prioritaria las herramientas y materiales indispensables para llevar a cabo con éxito la limpieza de la parcela. También se implementó un sistema de suministro de agua para garantizar la adecuada irrigación del vivero y de las extensas tres hectáreas. Además, se adquirieron frutos y semillas de calidad para dar inicio al proceso de preparación de los plantines.
Elisa enfatizó con orgullo la participación de las mujeres en esta iniciativa. “Las mujeres son la que están más involucradas en todas las actividades, no faltan al llamado de todos los trabajos que estamos realizando. Con el trabajo que estamos realizando, estamos asegurando la alimentación de sus familias y la protección de su entorno”, añade.
Las mujeres y jóvenes de la comunidad tomaron medidas inmediatas y responsables para restaurar y recuperar el bosque perdido debido a los devastadores incendios forestales que tuvieron lugar en Bolivia entre septiembre y octubre de 2023, los cuales abarcaron un total de 2.669.459 hectáreas quemadas.
“Antes, nuestros abuelos sembraban productos tradicionales como maíz, frijol y yuca en parcelas que luego dejaban recuperar durante 5 a 10 años. Con esta nueva visión, combinamos cultivos anuales con plantas forestales y frutales, asegurando una producción constante y sostenible”, expresó Elisa.
Producción de plantines y capacitaciones
Elisa compartió los logros y desafíos de la iniciativa.” En el marco de esta iniciativa se tenía la idea de producir 6,000 plantines, pero no todas las semillas germinaron y algunas sufrieron ataques de hongos. Finalmente, cuando los plantines estuvieron listos para ser llevados al campo y sembrados definitivamente, se obtuvo un total de 4,530 plantines de especies forestales, frutales y medicinales destinados a la reforestación de las áreas designadas”.
Entre los plantines producidos están: 1,000 de almendra chiquitana, 500 de chirimoya, 500 de achachairú, 500 de tamarindo, 500 de sisari (huairuro), 400 de mango, 400 de palta, 400 de achachairú, 100 de mangaba, 30 de pacay y 200 esquejes de moringa”.
“No todas son nativas”, aclara Elisa. “Por ejemplo, la palta no es nativa de aquí, pero la chirimoya, la almendra chiquitana, la amalgama y el pacay sí lo son. Hemos estado combinando especies nativas con otras que, hemos visto, en el futuro van a generar mayores ingresos económicos con la venta de los frutos”, dijo Elisa.
Se tomaron medidas para proteger el área donde se llevó a cabo la producción de plantines y así impedir la entrada de animales locales.
Además, se llevaron a cabo diversas actividades de capacitación dirigidas a jóvenes y mujeres, orientadas al diseño de viveros, preparación adecuada del sustrato, manejo y cuidado de viveros, producción mediante sistemas agroforestales, control biológico de plagas y enfermedades, así como también en la producción de cultivos y trabajo de limpieza y preparación de terrenos para su reforestación. Esto complementó la producción de plantines con un enfoque integral y altamente eficaz.
Guiados por la sabiduría de sus mayores
En el comienzo de las labores en el vivero, se hizo uso de los conocimientos de los ancianos de la comunidad. Su experiencia fue de suma importancia para distinguir la zona adecuada y establecer los tiempos propicios para la siembra.
“Aprendimos a respetar las señales que nos da la madre naturaleza, como la importancia de sembrar en el lugar adecuado para asegurar una buena cosecha, fijamos fechas para sembrar los plantines por ejemplo el maíz la yuca y ellos se fijaban cuando era luna nueva no podíamos hacer ninguna de esas actividades porque con la experiencia que ellos tenían decían esa planta va crecer, pero no va a dar frutos, o si lo sembramos en luna nueva va a venir un viento y se va caer, es así que teníamos que hacer caso a todas esas enseñanzas que ellos nos daban”, mencionó.
Es importante enfatizar la práctica de la minga, en la cual todos unidos pueden colaborar en la construcción de algo. Actualmente, la comunidad lo está poniendo en práctica, de manera que si un compañero tiene la responsabilidad de limpiar su parcela en donde establecerá su sistema agroforestal, todos participan y le ayudan. Esto demuestra principalmente un sentido de hermandad hacia sus semejantes.
Proyección para obtener la cosecha
La revitalización forestal también tiene como objetivo principal la reducción de la dependencia en la compra de bienes y alimentos externos por parte de la comunidad, promoviendo en su lugar la soberanía alimentaria a través del cultivo comunitario.
“Ya hemos cosechado maíz y frijol, y estos cultivos anuales seguirán siendo una parte fundamental de nuestra producción. Para otros cultivos, como el plátano, tendremos que esperar entre un año y un año y medio para ver los primeros frutos. La chirimoya y la acerola comenzarán a dar frutos en el tercer año, y la almendra chiquitana estará lista para cosecharse entre los tres y cinco años. Aunque algunos de estos cultivos requieren más tiempo, el tiempo de espera no es tan largo y valdrá la pena”, señaló Elisa.
Se busca garantizar que la iniciativa sea impulsada con resultados a largo plazo que permitan generar un cambio significativo en la visión de producción actual. A través del sistema agroforestal, se establecerán cultivos de maíz, frijol, yuca y otras plantas anuales, en combinación con especies forestales y frutales. Se espera ver resultados en un período de cinco a siete años, e incluso hasta diez años. Durante este tiempo, la parcela será sometida a un constante cuidado y protección, con el fin de prevenir la invasión de malezas.
La iniciativa también tiene el potencial de construir cadenas de valor basadas en recursos silvestres del Bosque Chiquitano, generando empleo y mejores ingresos económicos. Esto mejorará la calidad de vida y la seguridad alimentaria de los beneficiarios, impulsando la producción, recolección, procesamiento, transformación y comercialización de los productos cultivados.
“Todo lo que actualmente estamos cosechando es para el autoconsumo, para la alimentación de la familia pero sabemos que cuando ya empiecen a producir los frutales por ejemplo, para ello queremos realizar una nueva propuesta, y contar con algún aliado que nos pueda colaborar con algunas herramientas para que podamos realizar el debido almacenamiento, conservación y transformación de los frutos que vayamos a producir, con esta nueva propuesta estaríamos asegurando una nueva seguridad y soberanía alimentaria de la familia entro de la comunidad”, explicó Elisa.
La iniciativa ha llamado la atención no solo en San Juancito, sino también en comunidades vecinas que han mostrado interés en participar.
“No es lo mismo que un árbol crezca de manera natural, sin que nosotros intervengamos, a que tengamos que producirlo desde la semilla y brindarle los cuidados necesarios para su supervivencia. Esto implica protegerlo de insectos, plagas y enfermedades, además de sembrarlo en ese espacio”, señaló.
La iniciativa comunitaria tiene como objetivo fundamental expandir la comprensión acerca de la relevancia de apreciar cada árbol, y cómo, a través de los conocimientos y saberes de los Pueblos Indígenas, las comunidades afectadas por incendios forestales pueden restaurar lo que ha sido perdido.
“Esta iniciativa nos ha servido de mucho para que nosotros como comunarios podamos tener mayor conciencia de todo lo que tenemos en las comunidades, de darle el debido valor que se merece el territorio, el aprendizaje es grande”, concluye Elisa.