A partir de la década de 1950, la iglesia Católica se encargó de educar a las infancias indígenas del pueblo Inga en el departamento de Caquetá. En escuelas con nombres de santos, los profesores —que eran colonos externos a las comunidades indígenas— obligaban a sus estudiantes a hablar español. Una gran parte de niñas y niños se graduaron negando su cultura, abandonaron sus estudios muy pronto o no tenían esperanza de continuarlos. Esto los convirtió incluso en objetivos fáciles para el reclutamiento de los grupos armados o para trabajar raspando coca.
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